Han aparecido balances del desempeño económico que contienen una crítica por el estado actual de la economía mexicana y enumeran una serie de políticas económicas que debieron ser implementadas. En un ambiente de división político-ideológica, algunos de estos análisis son del tipo ad hominem, mientras que otros se concentran en el corto plazo y tienden a omitir, o no le dan su lugar, a los avatares enfrentados en estos años. La perspectiva de análisis debería ser más amplia e incluir las condiciones estructurales iniciales que enfrentaba la economía, así como las vicisitudes a las que se ha enfrentado, la más importante la caída de la economía generada por el confinamiento del Covid.

En las crisis de 1995, 2009 y 2020, el producto interno bruto tuvo su máxima caída en el segundo trimestre. Cayó -9% en 1995 y en 2009, mientras que la disminución en 2020 fue de -19%. El rebote máximo en 1995 y 2020 fue más o menos proporcional a la caída y un poco menor en 2009. El crecimiento posterior del PIB en 1995 y 2009 comenzó con un nivel por debajo del nivel pre-crisis y, aunque todavía hay pocos datos, lo mismo ocurre en la crisis del 2020. Adicionalmente, el gobierno actual recibió una economía con una tendencia clara al estancamiento presente desde el primer trimestre de 2018 y que devino en un ligero decrecimiento, en los cuatro trimestres anteriores al golpe de la pandemia.

Respecto a las condiciones estructurales, la cuenta “Oferta y utilización total de bienes y servicios” del INEGI consigna que hubo un deterioro constante de la economía bajo las políticas económicas neoliberales, que en algunos casos solo se ha detenido, pero no revertido, en los últimos cuatro años. En porcentaje de la Oferta (Demanda) total, la producción bruta total y las importaciones eran el 92% y el 8% en 1993. En 2018 las proporciones habían cambiado a 82 y 18%. La participación de la demanda final en la demanda total comenzó a crecer a costa de la demanda intermedia desde mediados de los 2000: la proporción 38%/62%, de por si baja, de 2007 pasó a 34%/66% en 2018. A lo largo de los años, el país devino más dependiente del exterior (tanto en compras como en ventas), especialmente de la importación de insumos intermedios y con una productividad mediocre y decreciente.

El incremento de las exportaciones en la demanda total se ha dado a costa del consumo final y de la inversión en capital fijo. Para 2018, ambas variables perdieron 3 y 2 puntos porcentuales respecto a 1993. Mientras el consumo se ha mantenido en los últimos 4 años, la inversión ha seguido disminuyendo. Dentro del consumo final, fue el consumo del gobierno el que disminuyó. En 1993 representaba alrededor de 7.5% de la demanda total, mientras que para 2018 había descendido al 5.5%. En los últimos años el consumo del gobierno se ha mantenido en esos niveles bajos. Así, la salida de la crisis del Covid no fue diferente a las de las otras crisis (la economía retoma el crecimiento en un punto más bajo del que alcanzó en el auge) y el enorme lastre de las políticas de apertura, desregulación y privatización limita la posibilidad de alcanzar un crecimiento económico más elevado que en el pasado sustentado en la demanda interna. En todo caso, las políticas de reversión de la herencia neoliberal debieron ser más agresivas. Pero aquí también las inercias y los intereses creados son muy fuertes.

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Profesor de la Facultad de Economía e integrante del Centro de Análisis de Coyuntura Económica Política y Social. caceps@gmail.com

 

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